Jorge Galán: “Mi país está sumido en la impunidad; por ello debemos insistir hasta que eso cambie”

  • En Noviembre, Jorge Galán entrevista a los testigos del terrible asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros a manos del ejército salvadoreño
  • Jorge Galán: “Ellacuría y sus compañeros se atrevieron a creer en la bondad y fueron consecuentes con esa creencia. Y lo fueron hasta la muerte”

Ocho cuerpos en el suelo de una noche de noviembre. Ocho personas asesinadas a sangre fría. Un hecho real, ocurrido hace casi treinta años en El Salvador. Un suceso estremecedor que traspasó las fronteras y emocionó a España. Hoy, Jorge Galán, la persona que se ha atrevido a narrarlo, nos cuenta cómo se vivió en su país.

Noviembre es la última novela de Jorge Galán, un salvadoreño que ya había destacado en otras modalidades como poesía y cuento infantil. Ganador del Premio Adonais, del Premio Nacional de El Salvador y del Premio Casa de América, ha obtenido el Premio de la Real Academia Española y el III Premio Internacional Humanismo Solidario por esta nueva historia. Un relato que le ha llevado a exiliarse de su hogar por las amenazas recibidas.

La obra, publicada por Tusquets, narra los asesinatos de seis jesuitas y dos mujeres que fueron ejecutados durante la guerra civil de El Salvador. Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López, Elba Ramos y Celina Ramos. Jorge Galán recrea los hechos y configura una narración en la que, a través de entrevistas con los testigos que vivieron esos días, podemos apreciar la tensión, la incertidumbre y el miedo de los habitantes de un país en guerra. Pero también la valentía de unos pocos que hicieron públicos hechos que el gobierno quería ocultar y por los que, finalmente, se logró la paz. Valientes a los que se ha unido Jorge Galán.

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Jorge Galán. Foto: rae.es

Alterna sus propias palabras como entrevistador con las que el padre Tojeira o los restantes protagonistas de esta historia recuerdan. ¿Le resultó difícil encontrar el equilibrio?

No creo que fuera difícil, principalmente porque, desde el principio, comprendí que mi narrador debería ser una especie de director de orquesta, alguien que da paso a los distintos instrumentos, o, en este caso, protagonistas. Debía dejar hablar a los protagonistas de la historia.

En España, los asesinatos de los jesuitas se vivieron con intensidad y emoción. ¿Cómo se vivieron en El Salvador?

Cuando sucedió tenía dieciséis años. En ese momento, como describe el libro, nos encontrábamos en medio de una ofensiva militar, así que nos dábamos cuenta de poco. Por supuesto, la noticia llegó de inmediato, pero, debo decir, que en ese momento no comprendí la magnitud de la misma. Sabía poco de Ellacuría y sus compañeros. No tenía una idea precisa de su importancia y de lo que aquel crimen significaba.

Para que todo el mundo pueda situarse: ¿qué importancia política o social tenían los jesuitas y, más aun, los jesuitas a los que mataron?

Eran una voz en medio del silencio terrible, una conciencia tanto religiosa como política. Creo que la importancia de estos hombres puede medirse en este presente, pues no ha podido llenarse su ausencia. Hay un vacío palpable de profundidad en lo que se refiere al análisis de la realidad nacional salvadoreña. El peso específico de alguien como Ellacuría es enorme.

En su novela se afirma que el silencio de todo el lugar era una evidencia demasiado terrible. ¿A veces el silencio es peor que el ruido atronador de una batalla?

El silencio de las calles desoladas. Adentro de las casas, se hablaba siempre en susurros. Ese silencio también es miedo. O es más miedo que silencio. Las calles desiertas a las seis de la tarde te daban una sensación extraña, sabías que algo estaba sucediendo, algo terrible.

Los chicos de 16 años han crecido con la guerra, para ellos, como dice en la novela, es lo cotidiano. ¿Qué cree que piensan de la guerra los niños que ahora tienen 16 años?

Hay tanto olvido que se piensa muy poco en ello, regularmente se poseen pocos parámetros al respecto. Incluso un hecho como el asesinato de los jesuitas se conocía poco. O poquísimo si tenías 16 años, más o menos. Me han escrito alumnos de la UCA, donde sucedió, que no conocían casi nada sobre el asesinato. Si acaso, algo muy general. Esa es otra clase de silencio: la que te obliga a no mencionar ciertos temas para que sean olvidados.

Miguel, uno de los protagonistas de la historia, cree que Ellacuría fue un objetivo porque ayudaba en el proceso de paz y esto perjudicaba económicamente a los militares, que se estaban enriqueciendo con la guerra. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que ese fue el (único) motivo?

Ellacuría era un puente entre el gobierno salvadoreño y la guerrilla, por lo que estoy convencido que su asesinato buscaba dinamitar ese puente. Por tanto, puedo estar de acuerdo con las palabras de Miguel. Pero no era solo eso: existía un odio irracional de parte de mucha gente de la derecha y los militares contra cierto sector del clero. Y ese también fue un motivo.

“Tuvo que levantarse el tiempo sobre el futuro para que aquellos días significaran algo más que la emoción de un niño”. ¿Ha podido contar usted esta historia porque ha pasado el tiempo?

Sí. Sin duda. Pero escribirla me hizo darme cuenta que parte de ese odio sigue vigente, lo cual es algo que podía imaginar en parte. Hubo una reacción tan negativa y visceral de ciertos sectores de la población de mi país que no me lo esperaba.

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Portada. Foto: planetadelibros.com

“Porque volver para marcharse es como no volver y porque uno solo regresa al lugar al que pertenece, y este hombre […] pronto iba a darse cuenta de que ya no pertenecía al sitio del que había partido”. Usted es de San Salvador, pero ¿de dónde se siente?

Me siento de San Salvador y no creo que eso cambie, pase lo que pase.

Jon Sobrino, otro de los entrevistados, dice que no sabe qué impulsó a Ellacuría a permanecer en San Salvador. Usted, después de todas sus entrevistas, ¿qué cree que hizo que, aun bajo amenazas de muerte, permaneciera en el país?

Porque estaba convencido de su misión, de su fe, de su apostolado y de cuánto lo necesitaba este pueblo mío. Puede ser una suposición idealista, pero Ellacuría lo era.

Usted le pregunta al padre Tojeira si cree que alguna vez se juzgará a los verdaderos culpables y si vale la pena insistir. Sinceramente, ¿cuál es su opinión?

Todo en este suceso está claro, se sabe quiénes fueron los culpables, y, en ese sentido, no encuentro una razón para no insistir en obtener justicia. No tiene que ver solo con este caso, tiene que ver con todos los casos como este. Mi país está sumido en la impunidad; por ello debemos insistir hasta que eso cambie. Porque necesitamos que cambie. Sinceramente, creo que se logrará, tarde o temprano.

¿Cree que los asesinatos fueron en balde?

No. Gracias a esos asesinatos se firmó la paz. ¿Por qué? Porque hubo tanta presión internacional que al ejercito no le quedó más camino que ese.

En la obra, uno de los personajes afirma sobre su país lo siguiente: “Sometido por el peso de un destino que ha enseñado a la gente que habita este lugar de sombra que la resignación es lo único que puede encontrar en una ciudad y en un país como este”. ¿Hay ahora razones para el optimismo?

Mi única razón para el optimismo es que la gente sigue siendo buena, sigue levantándose en la madrugada para trabajar, sigue cuidando a sus hijos, sigue… No hay más. Somos uno de los países más peligrosos del mundo, una sombra.

¿Qué le gustaría que su novela enseñe a los lectores?

Me gustaría que les enseñe que estos hombres, Ellacuría y sus compañeros, no son simples figuras en un libro; que les enseñe que fueron seres humanos llenos de temor, de alegría, de angustia, de valor, y que se atrevieron a creer en la bondad y fueron consecuentes con esa creencia. Y lo fueron hasta la muerte.

Y, para finalizar, un libro que recomiende.

El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead. Es terrible y fenomenal.

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