Miguel Ángel Hernández: «Soy un suicida de la escritura»

En Aquí y ahora. Diario de escritura (Fórcola ediciones), Miguel Ángel Hernández nos desvela sus ideas, sus vivencias y su experiencia literaria. Con Aquí y ahora descubrimos qué se esconde tras la creación de El dolor de los demás, una historia que ha traspasado las fronteras de la huerta murciana y que ya cuenta con cinco ediciones.

En el diario podemos ver las lecturas de su día a día. En él, usted describe uno de los libros que ha leído como «obsceno, en los límites de la ética, problemático, perturbador… pura literatura». ¿Ese es el tipo de literatura que le gusta?

Es el tipo que me hace pensar y que me hace removerme por dentro. Creo que era Kafka quien decía que la literatura tenía que ser como un puñetazo; pura literatura es la que realmente nos mueve, la que nos dice cosas que no sabemos, la que nos enfrenta con emociones que nos incomodan. Para eso, muchas veces hay que ir contra lo sabido y contra lo políticamente correcto, porque las leyes y lo establecido son lugares que nos esclavizan.

Está hablando de lecturas, pero ¿también es lo que le gusta escribir?

Claro. La literatura que intento hacer quiero que mueva al lector, que incomode en algún momento, que lo deje con una sensación de no saber exactamente cómo posicionarse, si estar de acuerdo o en desacuerdo.

¿Se siente cómodo siendo «políticamente incorrecto»?

No es que me sienta cómodo; es que creo que no hay otra manera de escribir. Me sentiría mucho más incómodo pensando cómo agradar al lector. Uno no se siente bien consigo mismo cuando está sujeto a unas normas que son exteriores. Al final tienes que hacer lo que piensas, lo que quieres y lo que te gusta, eso por encima de cualquier cosa, y si es políticamente correcto, bien, y si es políticamente incorrecto, también bien. Pensar en lo que vas a hacer para estar a la moda es uno de los grandes peligros de la literatura.

Y ¿no tiene miedo a veces de que lo que escriba pueda dañar a alguien?

Ese es el miedo siempre en la literatura y en la vida. Lo que escribes pertenece a la misma secuencia de cosas que lo que dices.

Pero aquí se está publicando.

Sí. Evidentemente tienes que medir qué decir. Exactamente igual que en la vida. La particularidad de este diario es que es un diario público y, cuando se publicaba online, el tiempo en el que se recibía pertenecía a la misma secuencia de tiempo en el que se escribía. Con lo cual, no hay una distancia, y eso hace que la gente que lo lee esté sintiéndolo en tiempo real. Hay cosas que me callo, claro; la escritura es una manera de decir cosas que no nos callamos, pero siempre nos callamos algo. Hay algunas para las cuales utilizo un lenguaje más sutil. Decía Ricardo Piglia que escribir un diario es escribir en lenguaje cifrado; hay guiños a personas o a situaciones que quien me conoce interpreta.

Miguel Ángel Hernández. Autoría Marian Calero
Miguel Ángel Hernández. Autoría: Marian Calero

¿Se las calla por usted o por los demás?

Por los demás. Yo no tengo cortapisas: soy un suicida de la escritura. De mí no puedo decir más. Pero, por ejemplo, frente a otros diarios, en este no se le da mucha caña al mundo literario; los libros de los que hablo son libros que me gustan porque no quiero invertir tiempo en emociones negativas. Es mejor escribir que robar, y no me parece que la mala baba sobre la literatura sea necesaria. No hay mentiras, pero hay cosas que no digo.

Está hablando de sus lecturas. Sin embargo, de su vida lo cuenta prácticamente todo. Incluso se menciona una resaca de metanfetamina.

Sí, pero eso me afecta a mí. Si voy a la cárcel, voy yo solo. Evidentemente hay cosas que le afectan a los que tienes cerca, que se preguntan qué imagen estás dando de ti. También creo que uno es una persona muy compleja, que tiene muchas aristas, y que un día puede estar de resaca de metanfetamina —que no es que yo me drogue mucho— y otro día puede estar leyendo a Foster Wallace, y no pasa nada. Somos la misma persona.

Entonces no le importa el qué dirán.

Si me importara, no escribiría estas cosas. De hecho, la gente me pregunta que cómo es posible que yo, siendo tan tímido, sea tan exhibicionista en lo que escribo, y pienso que a lo mejor es precisamente por eso: en la escritura puedo decir cosas que no me atrevo a decir en la vida real. Creo que, al final, un diario, por mucho que sea verdad lo que se cuenta, no deja de ser la creación de un personaje. En el momento en que estás contando algo, la persona que aparece es siempre un suplemento; soy yo, pero es el personaje. Parece que la literatura te da una cierta distancia respecto al yo real.

¿Y cree que así convierte su vida en literatura?

Esa es un poco la idea central: convertir la experiencia de la vida en experiencia literaria. Esa es, en el fondo, mi obra: la frontera entre vida y arte, entre literatura y vida real.

Que cada vez se mezcla más.

Sí. La literatura que se convierte en vida y la vida que se convierte en literatura, y cuáles son las fronteras y cómo se entrelazan las dos. A lo mejor las novelas son literatura que acaba en la vida y los diarios son vida que acaba en la literatura.

Si viera su libro desde fuera, ¿cómo describiría al escritor o, como ha dicho, al personaje que está escribiendo esto?

Como un friki de la literatura. Por encima de cualquier cosa. Un lector compulsivo, fascinado por el mundo literario, por los escritores, por el ambiente, por todo lo que tiene que ver con la literatura. De hecho, hay muchas resacas y muchas salidas nocturnas, pero el noventa y ocho por ciento de ellas tiene que ver con aquello que, no siendo escritura, es literatura. Aquí y ahora es el diario de un lector que se ha encontrado en medio de un sueño: el sueño de la literatura.

Y si alguien escribiera un diario y usted saliera comúnmente en él, ¿cómo se sentiría?

No lo sé. Diego Sánchez Aguilar, en la presentación en Cartagena, comentó algo que a mí me pareció fundamental: uno cree siempre que es el protagonista de su vida, pero cuando se ve en los diarios o en las novelas de los demás, se da cuenta de que es un personaje secundario de esa vida, aunque aparezca mucho. Creo que las personas pueden sentirse como yo cuando salgo en el diario de Manuel Moyano, Polvo en los zapatos. Te reposiciona respecto a la relación que tienes con tu propia vida. Tu vida es muy importante y, sin embargo, en otro diario es una comparsa, algo secundario.

Pero has sido lo suficientemente importante como para salir en ese diario.

Claro. Y tienes una presencia importante aunque seas un personaje dentro de esa historia. De hecho, Aquí y ahora está lleno de personajes: sales tú, sale mucha gente porque la vida no sucede en soledad, se produce en la relación con los demás. Decidimos no poner un índice analítico porque iba a ser tan grande como el diario. Yo, sin la gente que aparece aquí, sin la gente que me rodea, no sabría qué hacer; me caería.

¿Hay alguien que ha aparecido y se ha molestado?

No, en el diario no. Que yo sepa, no. Tampoco cuento cosas que pongan a la gente demasiado en un brete. A lo mejor alguien me ha dicho «podías haberte cortado un poquito el día que me pusiste con los pantalones bajados», pero intento que las personas que aparecen no se molesten. No sé si alguien queda mal parado, creo que no, y si queda, es alguien que no conozco, alguien que me he tropezado por ahí pero que no sabe quién soy yo.

Ha dicho que en el diario no se han molestado, pero en la novela sí…

Sí, en la novela sí, pero la diferencia es el grado de ficción. El dolor de los demás es muy real pero tiene un componente de ficción mucho más alto que el diario, y eso me sirve de protección para poder contar cosas que no contaría en Aquí y ahora. Si en el diario la realidad es del noventa y ocho por ciento, en la novela es del noventa.

Tampoco hay tanta diferencia.

Pero son grados de manipulación de la realidad. La novela es algo que se publica al final; el diario se va escribiendo de semana en semana y se va publicando, y esa cercanía respecto al momento en el que se escribe hace que no tengas tiempo de revisarlo y, por tanto, de elaborarlo demasiado. Es como si el diario fuera el esbozo y la novela, la obra trabajada.

El dolor de los demás ha generado polémica por el tema tratado. ¿Se arrepiente de haberla publicado?

No, ni mucho menos. Al principio sí que tenía miedo de causar daño y de que la lectura fuese solo en una vía, que era la vía del crimen; sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que esa es una de las lecturas posibles, pero hay muchas más: la que tiene que ver con el desarraigo, la relación con el pasado, la vida en la huerta… He recibido muchos mensajes de lectores, de generaciones diferentes, emocionados, como si la historia que he contado les hubiese afectado realmente y les hubiese conmovido, y eso me ha hecho reconciliarme con haberla escrito. No solo no me arrepiento, sino que ahora estoy feliz de haberlo hecho.

Al principio de publicarla, cada entrevista le hacía revivir lo que había escrito y esto parecía incomodarle. Y, sin embargo, aquí estamos: con una entrevista sobre un diario en donde el protagonista es El dolor de los demás.

Es cierto que cada vez que hablo, vuelve a salir el pasado, pero también, a fuerza de repetirlo, se va creando una especie de coraza que hace que esa herida vaya haciéndose más impermeable. Y que cada vez esté más asumido. La novela ha sido el primer paso, pero todo lo que ha venido después ha sido completamente necesario.

Afirma en el diario que «los libros no son inocuos; actúan en la realidad. Y uno debe medir las consecuencias de lo escrito». ¿Se dio cuenta de los efectos colaterales que podía tener la novela?

Podía intuir algunos. Era muy consciente de que podía enfadar a algunas personas, de que podía rescatar algo del pasado que quedaba olvidado, que podía incomodar, pero también que podía crear una relación de empatía con algunos lectores. No me ha sorprendido la parte mala, ya que la tenía un poco calculada, y sí me ha sorprendido el afecto de muchísimas personas que han sentido que era una historia que les interpelaba. No podía imaginar que alguien de Galicia o del País Vasco me escribiese diciendo que había sido una catarsis leer el libro porque estaba contando algo que también había experimentado. Creo que la universalidad de la historia (la necesidad de volver al pasado, el reencuentro con el origen…) es lo que ha hecho que una historia tan íntima se convierta en una historia que pueda afectar a los demás.

Es curioso que un episodio que transcurre en la huerta de Murcia haya tenido ese eco.

En la huerta de Murcia no suelen ocurrir las historias por los prejuicios que tenemos. ¿Por qué los pueblos norteamericanos del oeste o las ciudades de otros contextos sí que son novelables y no la huerta?

¿Y a qué cree que se deben esos prejuicios?

Creemos que las historias pasan fuera de nosotros, que la literatura es algo extraordinario y, por tanto, aquello que es cercano no es novelable. Pero sí lo es si salvas uno de los peligros básicos: el folclorismo. Hay dos tendencias: no contar nada de aquí (porque la literatura y el arte bueno vienen de fuera) y contar solo lo de aquí. Mi novela intenta ir por el camino del medio: relatar lo cercano pero que entronque con lo universal. En el fondo, esa huerta conecta con cualquier entorno asfixiante del mundo, en Estados de Unidos, en París o en Galicia; no es la descripción folclórica de lo anecdótico. Y creo que eso es lo que hace que se pueda leer en otros lugares, pero sin dejar de ser la huerta murciana, porque ese entorno condiciona la historia. La huerta es un personaje más; sin ella, no se entiende la novela.

Volviendo al diario, habla en él de lecturas que son «pasiones secretas» haciendo referencia a un thriller de ciencia ficción de Somoza. ¿Por qué es una pasión secreta?

Igual que me gusta Stephen King, las películas de extraterrestres o los thrillers de superhéroes, también me gustan algunos autores como Somoza, que tiene best sellers. Parece que tienes que leer unos libros que están a la altura del personaje cultureta que te has creado, que solo lee desafíos intelectuales que remuevan la literatura, que planteen problemas fundamentales del presente y que no sean literatura de entretenimiento porque, como hemos dicho al principio, la literatura tiene que ser un puñetazo y movernos. Pero que no me guste habitualmente no significa que no me guste nunca.

Existe un debate sobre lo que es literario y lo que no.

En el fondo, todo tiene que ver con la calidad. Los libros de Somoza son buenos thrillers. Hay otros que son una basura. Y hay libros literarios que también lo son. Tienes que evaluar el objeto según las reglas del juego al que se está sometiendo. Una película de acción a lo mejor no va a ganar el Óscar, pero si ni lo gana ni es buena como película de acción, tiene un problema.

Porque a lo mejor no pretende ganar un Óscar.

Claro. El problema es cuando una novela literaria quiere llegar al gran público y una novela del gran público quiere ser una novela literaria. Aun así, a veces pasa: Patria u Ordesa son novelas literarias que han llegado a mucha gente. Stephen King cada vez más está siendo un autor de culto. Pero sí que es cierto que hay obras que pertenecen claramente a un terreno y obras que pertenecen claramente a otros. Y luego novelas malísimas, que no se sostienen, que no son literatura, pero son libros y venden más que nosotros. Y no es mejor ni peor, pero hay que evaluarlas en la liga en la que están jugando.

¿Y qué pasa cuando saltan y se meten en otra liga? Estoy pensando en…

En Elvira Sastre. Pues mal. No es un libro malo (por lo poco que he leído), desde luego muchísimo mejor que la basura que se publica, pero no es para ganar el Biblioteca Breve si este es un premio literario. No es un libro para entrar a ese juego. Al final, si no se confunden las cosas, vamos bien… o relativamente bien.

MAHN_1¿Cómo describiría su escritura?

Mi escritura está a medio camino entre lo ensayístico y lo emocional. No es una escritura visual que, con dos imágenes, te comunica una emoción. Entre otras cosas porque no sé. Creo que la clave para un escritor también está en saber cuáles son sus limitaciones: qué es lo que sabe hacer y qué es lo que no. Y yo no sé hacer eso. Cada uno tiene que explorar su potencia y no frustrarse por las cosas que no puede hacer.

Comentaba en otras entrevistas hace unos meses que no tenía ganas de escribir, pero ya ha comenzado un nuevo diario que es un proyecto de novela. ¿Qué nos puede adelantar sobre esto?

Un proyecto de novela sin haber empezado la novela todavía. Es curioso. Presente continuo lo empecé a escribir cuando ya estaba a mitad de El instante de peligro, y sentí que necesitaba hacerlo porque era una manera de ir cerrando el libro. El dolor de los demás lo comencé al mismo tiempo que Aquí y ahora, como si desde el principio el diario fuese ayudando a construir la novela. En Tiempo por venir empiezo a escribir sin que esté la novela, como si estuviese atrayéndola, como si escribir fuese un modo de rezar para que llegase la escritura de verdad, como si necesitase escribir para escribir. Lo que puede ocurrir es que no llegue nunca y que, al final, sea un diario en torno a una novela que no existe. Es uno de los riesgos. Tengo una idea, unos esquemas, un mapa de por dónde puede ir, pero de momento no tengo tiempo para sentarme a escribirla. Creo que el diario nuevo está siendo una especie de sala de despresurización, un diario umbral para empezar a escribir algo nuevo.

Precisamente sobre su falta de tiempo habla en este diario. ¿Ha conseguido ser Bartleby, tal y como se proponía en estas páginas, y decir el «I would prefer not to»?

Lo he conseguido bastante, pero sigo diciendo que sí a muchas cosas, algunas de ellas me apetecen. Al final, decir «no» a todo también es cerrarse posibilidades, porque las cosas más chulas que te pasan en la vida, que te pasan en la literatura, te vienen de fuera.

Y, para concluir, un libro que recomiende.

El último que me ha fascinado ha sido Ama, de José Ignacio Carnero, publicado por Caballo de Troya. “Ama” es ‘madre’ en vasco y también es del verbo “amar”. Es una carta para la madre que murió de cáncer.

 

Vía La Opinión.

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