Emilio Calderón regresa a las librerías con la novela Los ojos con mucha noche (Algaida), un relato que narra algunos sucesos de la dictadura militar argentina mientras, en el presente, vivimos la historia de una familia rota por el dinero y el desamor. Las relaciones entre padres, hijos y hermanos, así como las relaciones de pareja, se verán enturbiadas por una telaraña de secretos, ambición y venganza.
Su faceta de historiador parece que influye decisivamente en sus trabajos literarios. ¿Por qué ha querido tratar el tema de la dictadura militar argentina?
Por su crueldad (el número de desaparecidos está en torno a los treinta mil) y por ser tan próxima a nuestro tiempo. No hay que olvidar que finalizó en 1983. En esa época yo era un estudiante de la Universidad de Madrid y apenas le dábamos importancia a lo que estaba sucediendo en Argentina, puesto que nosotros acabábamos de salir de una dictadura y solo nos importaba descubrir la libertad.
¿Cómo ha sido el proceso de investigación?
He tenido acceso a muchos testimonios de víctimas de la dictadura militar argentina a través de numerosos artículos de prensa. Después tuve la ocasión de entrevistarme con el periodista Vicente Romero, autor, junto al juez Baltasar Garzón, de El alma de los verdugos, un documental que luego se convirtió también en un voluminoso libro. Vicente Romero es, sin duda, la persona que ha entrevistado a un mayor número de verdugos y de víctimas. Él me puso al tanto sobre ciertos comportamientos de los unos y los otros.
¿Qué hechos reales podemos encontrar en la novela?
Casi todos. Aunque he cambiado los nombres por motivos evidentes. Los llamados vuelos sin puertas son reales, tal y como confesó el verdugo arrepentido más famoso de todos, Scilingo. Los hechos que cuento en la novela son solo una parte de las situaciones tan extrañas a que dio lugar la relación entre ejecutores y víctimas. Por ejemplo, hay un caso en el que la víctima le pide a su verdugo que le dé la mano para soportar el dolor que este le está infligiendo con sus torturas.
Se produce en su libro la siguiente conversación: «—¿De quién tienes que defenderte? ¿A quién temes? —De mí misma. Me temo a mí misma, mis sueños, mis pesadillas». ¿La realidad es una forma de escapar de los miedos que están dentro de nosotros mismos?
Nadie puede escapar de sus miedos. La realidad es lo que recordamos, cómo recomponemos nuestros recuerdos. Y solemos relacionar estos recuerdos a nuestra vida. Aunque los recuerdos no son estáticos ni rígidos, sino que los vamos cambiando cada vez que los rescatamos. La realidad, por tanto, es una reconstrucción, puesto que no solo existe una.
El protagonista de la historia es un hombre millonario que, en un momento dado, dice: «Créeme, el mejor aliado de la libertad es el dinero». ¿Es posible ser libre y pobre?
Lo que quiere decir el personaje es que el dinero puede comprar algo que no pueden adquirir los pobres: tiempo. El tiempo, disponer de él a tu antojo es el súmmum de la libertad. Desgraciadamente, el sistema permite que el pobre pueda controlar o incluso administrar su pobreza, pero no su tiempo. Una persona pobre puede ser feliz, pero nunca podrá ser libre del todo.
Los personajes del libro hacen referencia a numerosos autores. ¿Por qué ha decidido ambientar su historia con unos personajes tan interesados en la literatura?
Siempre se tiende a pensar que la gente culta, cultivada, que lee, no puede ser mala. Yo quería que mis personajes rompieran con ese estereotipo. Los personajes de la novela tienen conductas más que dudosas, pero al mismo tiempo cultivan el alma.

¿Cuál fue el motivo de que escogiera el verso de Luis de Góngora para el título del libro?
Descubrí a Góngora cuando escribí la biografía de Vicente Aleixandre (La memoria de un hombre está en sus besos). Góngora fue un referente o punto de partida de la Generación del 27, a la que perteneció Aleixandre. El título del libro hace alusión a un verso del Romance de Angélica y Medoro, que está basado a su vez en el Orlando enamorado. Un romance de amor y celos, que es uno de los temas capitales de la novela.
«A veces me puede la vena melodramática que cargamos los escritores como una pesada impedimenta». ¿Cree que los escritores sienten una atracción por el melodrama?
Hace años disfruté de una beca de creación literaria en la Real Academia de Bellas Artes de España en Roma. Allí descubrí la importancia del drama o melodrama griego. Desde entonces siempre quise escribir un melodrama, y es lo que he hecho en Los ojos con mucha noche. Sí, creo que el melodrama está presente en la vida de todos los seres humanos.
¿Es un peso que deben soportar los autores?
No solo en los autores. Los escritores reflejamos lo que vemos en la sociedad, con mayor o menor fortuna, por lo que el componente melodramático suele estar presente en la mayoría de novelas.
«“Como decía un refrán: “Para escuchar a los demás primero tiene uno que callarse”». ¿Cree que esto es algo que ocurre cada vez menos?
Sin duda. El silencio es hoy en día un bien más preciado que el oro. Nadie escucha. Todo el mundo habla y habla, y opina. Por ejemplo, yo soy incapaz de ver un programa de comentaristas políticos, tertulianos los llaman; todos son la voz estridente de su amo y, lo que es aún peor, son también protagonistas de la noticia que comentan o analizan. Es el jugador de fútbol que es a su vez árbitro del partido. Son sacerdotes o imanes de una fe, de un solo Dios verdadero. Son jueces y fiscales al mismo tiempo. Pobre del que sea objeto de su inquisición. Dan miedo.
En Los ojos con mucha noche aparece la siguiente frase: «Era consciente de la importancia que tenía la semántica, disciplina que, empleada de manera conveniente, no solo servía para ocultar la verdad, sino también como lenitivo de la conciencia de sus usuarios». ¿Cree que los políticos siguen teniendo cuidado con sus palabras o que han llegado al convencimiento de que nadie les va a exigir que cumplan con lo que han prometido?
Los políticos forman parte de la misma ecuación que nosotros; todos somos animales políticos. Los políticos no caen del cielo ni tienen comportamientos distintos a los del resto de mortales. Todos, de una u otra forma, usamos el lenguaje a conveniencia; todos tenemos cosas que ocultar, problemas de conciencia. Para mi desgracia, ni siquiera soy capaz de diferenciar a un político que se dice de derechas de otro que asegura ser de izquierdas. El sistema político actual es heredero de la Revolución francesa, azules en un lado y rojos en otro; está obsoleto y ya es hora de superarlo. Dividir la sociedad en conservadores y progresistas, en buenos y malos, o malos y buenos (siendo yo siempre el bueno y el otro el malo), es propio de sociedades simples, primitivas, de bajo nivel intelectual. La animadversión y el odio hacia el contrario es todo el andamiaje intelectual de estas posturas. De manera que no presto atención a los políticos de hoy en día porque lo único que dicen es lo que quieren escuchar los afines, quienes a su vez reafirman su fe al escucharlos. La política es la nueva religión del siglo XXI. Se han creado nuevos dogmas que han convertido a los políticos en profetas. Y yo del siglo xxiespero otras cosas de las que no habla ningún político: una cuarta revolución industrial que está a la vuelta de la esquina y que cambiará el modelo productivo para siempre. El único país del mundo que ha entendido lo que se avecina es Finlandia, donde solo uno de cada diez candidatos consigue ser maestro de escuela o profesor de instituto. Tal es el nivel de exigencia. El futuro está en la educación, en la preparación técnica y filosófica frente a los retos que están por llegar.
¿Considera que los nuevos escritores son conscientes de la importancia de las palabras?
Hay de todo. Pero en líneas generales, pienso que existe una buena camada de escritores en nuestra lengua. Los que no se preocupan por el lenguaje, francamente, no me interesan lo más mínimo.
Usted fue finalista del Premio Planeta. ¿Cómo fueron sus inicios hasta llegar a ese momento?
Digamos que yo empecé la casa por los cimientos. Durante muchos años, diez o más, estuve escribiendo literatura infantil y juvenil. Luego di el salto a la literatura para adultos. Ganar un premio o ser finalista, tanto da, no te convierte en mejor escritor. Los premios son, en muchos casos, accidentes, y su importancia radica en el hecho de que te proporcionan un mayor número de lectores. Te dan más visibilidad. Si un premio te cambia, háztelo mirar.
¿Qué opinión le merece la polémica en torno al Premio Biblioteca Breve de este año, concedido a Elvira Sastre?
No entro a valorar la obra de alguien a quien no he leído. Los premios son lo que son, quienes los ganan son los que son, y quienes protestan por estos ganadores también son lo que son.
Japón, después de su trilogía asiática, vuelve a tener cabida en este libro con algunas referencias literarias. ¿Qué le ofrece la cultura asiática?
Un elemento zen, de calma, de reflexión que no ofrece Occidente. El mundo interior del ser humano es más visible en esa parte del mundo, simplemente porque llevan más tiempo cultivándolo. El mundo material y consumista tiene otro envoltorio en Oriente; no voy a decir que más hermoso, pero al menos con una mayor capacidad de hacer de las cosas materiales algo menos imperativo. Nuestra sociedad vive acuciada por una insatisfacción permanente. Vivimos instalados en la necesidad de necesitar. Y eso produce un gran vacío a la larga.
Usted comentó en otra entrevista que nuestra literatura no ha tocado la historia de Asia. ¿Por qué cree que ha ocurrido esto?
Por distancia y desconocimiento. Por ejemplo, nadie que no haya visitado China en los últimos quince años es consciente de lo determinante que va a resultar este país en nuestras vidas en un futuro inmediato.
¿Está cambiando la tendencia?
Sí, pero más por una moda que por un deseo profundo de conocer otras culturas. El mundo global está lleno de turistas, que no de viajeros. La globalización lo está cambiando todo, pero a la vez el conocimiento que se produce es más superficial. Lo mismo ocurre con la información. La sobreinformación produce desinformación. Un dato: en la actualidad generamos en un solo día toda la información que el mundo produjo en los últimos mil quinientos años. Y la cosa irá a más. La globalización, con su dictadura de crecimiento exponencial, acabará por devolvernos de nuevo a las aldeas, donde tardábamos años en saber lo que había ocurrido en el otro extremo del planeta. Será ella la que nos domine. El periodismo se ha convertido en una fábrica de fake news, y ya jamás será otra cosa. El mundo de la información se ha acabado, porque los medios para producirla son distintos y tienden a la saturación.
Hablando de Japón, el escritor Kawabata y su novela La casa de las bellas durmientes es una de las historias que rescata en su libro. Precisamente lo que ocurre en la historia japonesa, donde un hombre acude a un local para ver dormir a chicas jóvenes, tiene un reflejo en la trama de Los ojos con mucha noche. ¿Por qué se ha inspirado en ella?
Kawabata es uno de mis escritores favoritos. La mejor historia de amor que he leído jamás es una pequeña obra suya titulada Lo bello y lo triste. La literatura de Kawabata es, sencillamente, sublime.
No obstante, su protagonista masculino busca olvidar y Eguchi, el de Kawabata, no sabe con certeza lo que quiere.
En efecto. El personaje de Ernesto Bocanegra busca olvidar, precisamente porque es consciente de lo que ha hecho. La idea es buscar una salida a través del sueño de otro, en este caso de una mujer. La casa de las bellas durmientes es otro título imprescindible de Kawabata, que inspiró a Gabriel García Márquez su libro Memoria de mis putas tristes.
«Tuve el peor juez que puede juzgar a un hombre: su propia conciencia». ¿Podemos escapar de nuestra conciencia?
No, nadie puede escapar de su conciencia. Sería lo mismo que intentar huir de uno mismo. Todo ser humano de bien tiene una conciencia que le sirve de consejera. Sin ella, sería muy difícil regir nuestra vida con equilibrio y ecuanimidad, sobre todo en nuestro trato con el prójimo. La conciencia tiene algo de instinto, y todos sabemos cuándo nos estamos comportando correctamente y cuándo no.
En Los ojos con mucha nochetrata el tema del poder, el dinero, el amor, la vejez… Si tuviera que elegir solo uno de ellos para definir el libro, ¿cuál sería?
Las relaciones humanas, la dificultad de las relaciones humanas, que comprende todo lo demás.
«Nadie alcanza la astucia de una mujer» es una afirmación que aparece en sus páginas, en las que un personaje femenino actúa de hilo conductor. ¿Cree que se ha subestimado el poder de las mujeres?
Sí. Aunque siempre han acabado dándonos lecciones vitales a los hombres. Pero también creo que el que piense que la igualdad entre hombres y mujeres se refiere a mismos salarios por el mismo trabajo se equivoca. Se trata de una asunto que resolverá la cuarta revolución industrial que tenemos a las puertas, que será la misma que borre del mapa a los partidos políticos actuales. Permítame que sea yo quien le haga ahora una pregunta: ¿Cuántas mujeres aspiran al cargo de presidenta del Gobierno en las próximas elecciones generales?
Un libro que recomiende.
Expiación, de Ian McEwan.
Vía La Opinión.