Manuel Moyano, finalista del Premio Herralde en 2014 por su libro El imperio de Yegorov, publicó en otoño la novela El abismo verde. Ahora, tan solo unos meses más tarde, nos trae dos nuevas obras: Aventuras del piloto Rufus y La hipótesis Saint-Germain.
En La hipótesis Saint-Germain, ganadora del Premio “Carolina Coronado” y editada por Algaida, conoceremos a Daniel Bagao, el director de una revista esotérica llamada Mundo Oculto y el encargado de narrar la historia que aquí se cuenta. Frente a su escepticismo se situará Ismael Koblin, quien, con sus juicios, se convertirá en la antítesis del editor. Juntos intentarán descubrir el enigma que se esconde tras el personaje de Saint-Germain, un ser supuestamente inmortal. Una novela con tintes fantásticos que mantendrá al lector pendiente de la resolución de esta incógnita hasta la última página.
Manuel Moyano se sincera y nos habla de sus creencias, del panorama del género fantástico en España y de un tema que le apasiona: la eterna juventud.

¿Por qué eligió la figura de Saint-Germain?
El conde de Saint-Germain siempre me ha parecido interesante, porque es un caballero del siglo XVIII del que se creía que era inmortal y, aunque hayan pasado varios siglos, hay gente aficionada al ocultismo que cree que puede seguir existiendo. Esa idea me resultaba muy atractiva literariamente.
En la novela hay dos personajes totalmente opuestos: el escéptico y el soñador. ¿Con cuál se siente más identificado?
Me gustó crear esa especie de dicotomía, porque siempre he pensado que el juego entre dos personajes contradictorios es muy fértil (el ejemplo más evidente es El Quijote). Me apetecía esa idea, ya que, en cierta forma, también refleja como dos partes de mí (o de mucha gente): es inevitable ser escéptico porque la razón te lleva a eso, pero también existe esa especie de placer que se siente ante la idea de lo fantástico o lo sobrenatural. Está, por un lado, Daniel Bagao, que es el escéptico, el director de Mundo Oculto, y, por otro lado, el crédulo absoluto, que es Ismael Koblin y que, en parte, da pie a un poco de humor. Creo que tengo algo de ambos, pero, sin duda, estoy mucho más cerca del escéptico.
¿Piensa que los escépticos son menos populares y más infelices?
La gente parece necesitar algo sobrenatural para vivir, alguna justificación venida de más allá de la realidad y por eso tienen éxito los no escépticos. En cuanto a ser más infelices, creo que, al final, el que no busca falsos consuelos termina asumiendo las cosas como son; en cierta forma pienso que llega a ser más feliz, porque está más satisfecho con la realidad tal cual es. No está escondiéndose detrás de nada. Pero también se puede ser soñador y ser realista. Por ejemplo, escribir una novela como La hipótesis Saint-Germain es ser soñador (por las cosas que ocurren en ella), pero no quiere decir que me crea lo que ocurre ahí. Eres feliz creando ese mundo paralelo que está contenido dentro de las cubiertas del libro.
Leemos en su libro que «el ser humano está necesitado de magia, de sueños». ¿Considera que este tipo de literatura tiene esa misión: hacer soñar?
Sin duda. Podríamos remontarnos a los orígenes de las literaturas. El panteón griego era fantasía pura. Sin embargo, me viene a la cabeza Grecia, pero no España, porque España tiene muy poca tradición fantástica y no está muy bien vista, a diferencia de lo que ocurre, sobre todo, en el mundo anglosajón, donde tenemos Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, o 1984, de George Orwell.

¿Y por qué cree que en España no hay tradición fantástica?
No lo sé. Para mí, como escritor, es un enigma. No he conseguido encontrar respuesta. Y no está asociado al idioma, porque los sudamericanos sí supieron llevar el español hacia lo fantástico con Borges o Cortázar, por ejemplo. Una de mis luchas ha sido siempre intentar aproximarme, con calidad, al género fantástico; no cayendo en la literatura de clichés ni en algo friki, sino utilizando las reglas de juego de la literatura más realista, que es la que está en boga en España. El género fantástico aquí se hace como con cierta vergüenza, pero una de mis batallas (una batalla muy grande para un simple señor de Murcia) es conseguir que eso cambie.
El tema de la eterna juventud regresa después de ser tratado en El imperio de Yegorov. Hay quien dice que los temas se padecen. ¿Este es el tema que usted padece?
No es el único, pero evidentemente es un tema que me ha surgido en las que quizás sean mis dos principales novelas. Otros temas sí se padecen, pero en este caso diría que no porque, al revés: es un tema que me apasiona.
¿Encontrar la fórmula de la vida eterna significaría el fin de nuestro planeta?
Yo creo que sí vamos hacia una vida mucho más larga que la que tenemos ahora. Sencillamente porque el hombre esencialmente es una máquina y en este siglo se están aprendiendo todos los mecanismos con los que funciona esa máquina, y cuanto más se sepa de esos mecanismos, más fácil será manipularlos. Sí creo que la ciencia va a proporcionar una especie de elixir de la eterna juventud aunque no tenga forma de elixir. No sé cuál será el límite de años que podremos vivir. Por otro lado, una de las viejas creencias de la ciencia ficción es que la superpoblación nos llevaría a conquistar otros planetas. Puede ocurrir.
En la novela se afirma lo siguiente: «Es fácil enmascarar una mentira a base de sofismas, tautologías y medias verdades que, adecuadamente combinadas, la haganaparecer como algo incuestionable». ¿Cualquier mentira se puede convertir en una verdad dependiendo de cómo se trate?
Absolutamente, y podríamos poner sobre la mesa una cuestión de moda: el tema del independentismo catalán. Utilizando medias verdades (que son mucho más eficaces que las mentiras), combinándolas de forma adecuada, se construye un relato que se vende a la gente y quien está dispuesto a creérselo, lo compra. Sí creo que a base de medias verdades, sofismas o tautologías se puede formar la realidad, porque la realidad está mediatizada por el lenguaje.
¿«La fortuna es solo cuestión de azar»?
Con seguridad en la fortuna interviene el azar, pero el azar hay que buscarlo.
Menciona muchos acontecimientos históricos, como la subida al poder de Kennedy o la llegada de Armstrong a la Luna. ¿Lo hace para conferirle verosimilitud a la historia?
Lo hago por dos cosas: anclar en datos reales la historia hace que todo parezca más real. No es un truco que haya inventado yo. Pero, por otro lado, porque la propia historia está relacionada con la Historia. No se hubiera podido contar sin recurrir a hechos y a personajes verídicos de los últimos tres siglos.
Ahora están de moda los cursos de escritura creativa. En su obra un personaje señala que «no vale cualquiera para contar una historia, unas personas están mejor dotadas que otras». ¿El escritor nace o se hace?
Es una discusión eterna. Yo creo que hay que tener una parte de talento innato; cualquiera puede escribir, pero alguien que esté por encima de la media en su forma de hacerlo es porque tiene alguna especie de cualidad innata. Creo que alguien que no tenga talento puede llegar a hacer algo aceptable gracias a algunos talleres, y a alguien que tenga un talento innato es posible que esos talleres le permitan desarrollar todo su potencial. Ser escritor es una cuestión de persistencia; como cualquier arte, como muchas cosas en la vida: una carrera a largo plazo. Me viene a la cabeza el lema de Cela: “El que resiste, gana”.
Un libro que recomiende.
Sapiens. De animales a dioses: cuáles son las razones por las que el Homo sapiens consiguió diferir de otros animales del ecosistema y convertirse en el ser supremo. Es de un autor israelí, Yuval Noah. Para comprender en qué consiste la condición humana es uno de los mejores libros que hay ahora mismo en el mercado.
[Vía La Opinión de Murcia]