-
Dos mil noventa y seis es la nueva novela del escritor murciano Ginés Sánchez
-
“Que una persona muera porque no pueda encender la calefacción ya es colapso, porque es una persona que las eléctricas o los Estados han decidido que es prescindible”

Ginés Sánchez es el autor de Los gatos pardos, título que le valió el IX Premio Tusquets, editorial que también es la encargada de dar a conocer su nueva obra: Dos mil noventa y seis. Debutó en el panorama literario consagrándose como Nuevo Talento FNAC por su libro Lobisón, y ahora nos presenta una historia de un futuro en el que el agua es un bien preciado y en donde los habitantes que han logrado resistir a las epidemias luchan por su supervivencia, mientras viajan hacia el norte en busca de una reserva de este preciado líquido.
Dos mil noventa y seis, dedicada a Alondra Vargas, una niña que inspiró esta obra gracias a una conversación con sus muñecas y a la que Ginés Sánchez vio por última vez cuando ella tenía 7 años, muestra una sociedad que ha regresado a su estado primitivo. La novela, cuyo título es un homenaje a la película 2046 dirigida por Wong Kar-wai, muestra la gran intensidad que caracteriza a la escritura del autor murciano, y en ella subyace una crítica a algunos de los aspectos más crudos de la realidad. Una realidad que cada vez se acerca más y que, con esta historia, consigue remover nuestra conciencia y advertirnos de lo que puede suceder si no se toman medidas para evitarlo.
El Periodicum: Dos mil noventa y seis está escrita con frases sencillas. En general, este es el estilo que predomina en sus textos. ¿Es de esta forma por alguna razón?
Ginés Sánchez: Yo tengo un problema muy grande con el estilo, y es que el estilo, en mi caso, no es renunciable. Si empiezo a escribir con un estilo que implique que no estoy dando el cien por cien de lo que podría dar, directamente me aburro y lo dejo. Entonces, ¿frases sencillas? Frases muy escogidas, diría yo. Se trata de hacer frases muy cercanas a la realidad, pero hacer en cada caso la más exacta.
E.P.: ¿Cree que es un estilo que llega mejor a los lectores?
G.S.: Sinceramente creo que sí. Creo que mis novelas se pueden leer de dos maneras: puedes leerlas simplemente por la historia, sin que te interese nada más, o puedes leer una historia mía buscando algo más. Si quieres buscar algo más, lo habrá, porque hay claves que están escondidas y hay una preocupación por el estilo. Pero, en cualquier caso, aunque se esté jugando con el lector -porque el juego es permanente-, se pretende siempre ponerlo muy fácil, no hacer trucos que realmente confundan. Si tú quieres entrar a las claves, puedes entrar; pero si no quieres entrar y quieres irte simplemente a la novela, yo te lo pongo cuesta abajo y lo facilito.
E.P.: Hay quien califica su libro de “poema en prosa”. ¿Está de acuerdo?
G.S.: Creo que tampoco hay que pasarse. Borges decía que él no escribía novelas, porque una novela al final se llenaba de tazas de té y de sombreros de señora. Borges es el obseso de la intensidad y de la tensión. En este caso, a mí me sucede lo mismo: no soporto las frases vacías. Mi objetivo es ser capaz de generar una novela en la que, al menos en eso, Borges no tuviera queja. Todas las frases tienen que ser perfectas, precisas, es una obsesión, es lo que yo me impongo y los calificativos no me corresponden a mí, los calificativos les corresponden a quien la lea. ¿Poema en prosa? No sé, un poema yo entiendo que es una cosa mucho más acotada, pero bueno, se agradece. No me voy a quejar.
E.P.: ¿Por qué escogió los nombres de Enda, Enis, Andera o Taner para sus personajes? ¿Tienen algún significado?
G.S.: Desde el punto de vista de la vuelta al pasado, había que buscar nombres del pasado. Entonces Enda, Enis o Taner son nombres íberos, nombres celtas, nombres que existieron en el pasado, pero que se perdieron. Es la búsqueda de los nombres primitivos.
E.P.: Los sueños con animales son recurrentes en su novela. ¿Por qué son tan importantes?
G.S.: Es importante desde el punto de vista de que a mí no me gusta que mis personajes piensen: yo prefiero que mis personajes hagan y que, a partir de que hagan, tú seas capaz de saber si están tristes o están contentos. Aquí los sueños son la manifestación del subconsciente de cada uno de ellos y, además, generamos un correlato, creamos una historia paralela. La novela gana.
E.P.: Un personaje se pregunta en el libro sobre la muerte. ¿Qué cree usted que es la muerte?
G.S.: Decía Isak Dinesen, en un cuento, que la vida y la muerte son dos cofres cerrados, cada uno del cual contiene la llave del otro. ¿Qué es la muerte? Todos tendremos ocasión de llegar. No hay respuesta para esto, lo siento (risas).
E.P.: El tema de la esclavitud también está muy presente en la novela.
G.S.: Sí, es una vuelta al punto de vista primitivo. Estos son reinos de taifas en los que no existe ningún poder superior, entonces se vuelve a un periodo de mucha barbarie. Y al mismo tiempo, el tema de la esclavitud es el trasfondo de crítica que subyace a la forma de vida que hemos alcanzado. Yo sostengo que en el fondo es una novela política.
E.P.: Entonces, ¿en qué genero encuadraría su historia? ¿Ciencia ficción?
G.S.: Es que es demasiado fácil y a mí los “ismos” me parecen muy aburridos, me parecen ganas de hacer las cosas un poco mediocres. ¿Calificar esta novela de ciencia ficción? Hombre, sí, es una distopía, pero a mí, sinceramente, me cuesta mucho trabajo, porque, en general, todas las novelas de distopías apocalípticas parten de algo que rompe el discurso (hay un discurso y de repente llega un virus o llegan unos marcianos). Pero este es el caso contrario, porque, salvo que vengan los platillos volantes a salvarnos, este es el futuro. Entonces, ¿ciencia ficción? Bueno, tampoco me voy a enfadar con nadie (risas), pero lo veo un poco fácil; yo creo que esto es distinto.
E.P.: La fecha de la novela no está muy lejana…
G.S.: La premisa de la que parte el año 2056 es que ha llegado el momento en el que las élites o los gobiernos han decidido que proceder a darle a la gente agua potable es demasiado caro y, por lo tanto, retiramos este servicio. Eso, a pequeña escala, ya está sucediendo. Es decir, que una persona muera porque no pueda encender la calefacción ya es colapso, porque es una persona que las eléctricas o los Estados han decidido que es prescindible y que está fuera del sistema. Entonces, ese es un primer paso; es una fase del colapso.
E.P.: No habla de apocalipsis, sino de colapso. ¿Cuál es la diferencia entre ambos términos?
G.S.: El apocalipsis es un término más amplio que el de colapso. El colapso es una forma más concreta de apocalipsis, es la ruptura absoluta de la forma de vida. Hay muchas sociedades a lo largo de la historia que han colapsado y algunas, simplemente, por mala gestión de los recursos naturales. El caso más claro, por ejemplo, es el de la Isla de Pascua. Ahí había cientos de especies que se extinguieron porque talaron los árboles para hacer las estatuas. Extinguido el elemento natural, viene la hambruna, viene el colapso y viene la desaparición.

E.P.: En la novela también aparece el amor, aunque es un amor distinto. ¿Cree que el amor puede estar reñido con la supervivencia?
G.S.: Al final, seguramente la fuerza más importante de todas seguirá siendo esa: el amor hacia una pareja, el amor hacia las personas que te hayan cuidado y hacia las personas que tú tengas que cuidar. Esos son lazos que mientras las personas sigan siéndolo, van a estar ahí y van a seguir siendo la simiente de los grupos de la sociedad.
E.P.: “¿Qué es el destino? ¿El destino es algo que debe alcanzarse o es cuestión de perspectiva?”. Esto se lo pregunta Taner en su novela. ¿Cómo contestaría usted a estas preguntas?
G.S.: Es una filosofía muy de Taner. Taner en el fondo -es un dictador, obviamente-, pero es también un poeta a su manera. Yo creo que es una cuestión de perspectiva. La reflexión que hace Taner la comparto absolutamente, es decir, llegará un momento en el que tú de verdad sabrás quién eres, pero lo sabrás cuando estés en el momento adecuado del camino.
E.P.: ¿Cree que la humanidad está abocada a este destino?
G.S.: Sí. Lo peor del caso es que, cuando Comarc McCarthy escribió La Carretera no pensaba que eso fuera a suceder, porque lo del holocausto nuclear está un poco descartado de momento; pero aquí el problema es que realmente se está jugando con los miedos propios, porque según los informes de la ONU, dentro de 20 años va a haber tres mil millones de personas que no van a tener acceso al agua potable. Y las siguientes generaciones, las que puede que sufran eso, ya están aquí, ya tienen cara, existen. Y la sensación es que a la gente que podría tomarse los problemas en serio, no le están interesando. Se vive en un corto placismo en el que lo primordial sigue siendo el interés económico.
E.P.: En Dos mil noventa y seis se repite la siguiente afirmación: “Un pozo es un tesoro. Un dedo de agua es un tesoro”. ¿Cree, entonces, que el agua puede ser en algún momento la moneda de cambio?
G.S.: Si la gasolina se convierte en un bien de lujo, no pasa nada porque si tú no tienes gasolina, no podrás comerciar, pero no te mueres. Si no hay agua, es el problema que se plantea en la novela: no puedes sembrar, los animales no pueden comer, tú no puedes comer, tienes que irte a otro sitio para buscar agua; los otros tienen agua, pero no quieren darte porque la necesitan para ellos… Se llegarán a generar probablemente guerras por el dominio del agua.
E.P.: ¿Hay alguna esperanza?
G.S.: Hombre, viendo la gente que hay al mando, lo veo un poco complicado. Imagínate una comunidad de propietarios con un tipo que tiene la mitad del edificio, y el edificio se está cayendo, pero a él no le interesa y lo que está haciendo es crear una planta más encima. Pues, más o menos, eso es lo que está pasando.
E.P.: Taner le pregunta a Andera en un momento dado lo siguiente: “¿Con qué palabras resumirías tu vida si supieras que ibas a morir aquí y ahora? ¿Qué frase sería la que elegirías para resumir tu vida?”. ¿Cuál sería su respuesta?
G.S.: Yo diría que sería ese que consiguió llegar a casi todos los sitios. Hay como una sensación de satisfacción general a falta de un “casi”. Más o menos.
E.P.: Un libro que recomiende.
G.S.: ¿Sabes qué pasa? Al final uno termina por convertirse en un bicho muy raro leyendo, porque desarrolla una capacidad crítica y es muy difícil encontrar satisfacción. Entonces, como es muy difícil, cada vez me cuesta más, pero ahora mismo he vuelto a Cortázar. Lo había leído muy joven. Entonces, en esa época, uno lee a Cortázar y se queda un poco traspuesto, pero claro, volviendo ahora, con la capacidad de análisis crítico y estando metido en el meollo, sí sorprende, porque las claves de Cortázar no son fáciles de encontrar. Yo, sobre todo a quien pretenda escribir, le recomiendo que se coja sus cuentos y se ponga con calma y trate de analizar de verdad lo que Cortázar está haciendo; los trucos que utilizaba son sutiles, absolutamente maravillosos y muy difíciles de repetir.
E.P.: Un lugar del mundo que recomiende.
G.S.: Yo sigo diciendo que la ciudad más bonita del mundo es Roma, pero ¿recomendar? A la gente le recomendaría sobre todo que buscara islas, islas donde quieran. Las islas son especiales.
Dos mil noventa y seis es una novela que introduce al lector en un mundo donde la supervivencia es el objetivo de los seres humanos, donde el agua es un motivo para matar y donde la búsqueda del norte es la única esperanza.