Rubén Castillo Gallego ha publicado su última novela, El calendario de Dios, con Boria ediciones. La historia muestra cómo un acto piadoso provoca la devastación paulatina de la vida del protagonista, un hombre con unos dones muy especiales. Los medios de comunicación, el Poder, la familia, los amigos…, todo se pone en el punto de mira en la escritura de Rubén, y, por eso, a través de frases de su propia novela, conoceremos al autor que se esconde detrás de El calendario de Dios.
“A los errores conviene mirarlos a los ojos, sin temor, incluso con altanería. Es la única forma de derrotarlos”. ¿Cree que los errores pueden derrotarse o simplemente se superan por necesidad?
Los errores son inevitables, puesto que somos humanos. Pero la forma en que los afrontamos define qué tipo de humano somos. Creo en las personas que son capaces de superar sus errores. Es lo más admirable, a mi juicio.
“Cuando uno acumula más calendarios en la espalda y en el pecho, fingir es un lujo prescindible”. ¿Llega un momento en la vida en el que sobra la impostura?
Sí, yo creo que llega siempre un momento en la vida en el que, por sorpresa, nos damos cuenta de que el tiempo de fingir, de disimular o de mentirnos a nosotros mismos tiene que darse por acabado. Descubrimos entonces al otro yo, que se agazapaba dentro y que ahora se manifiesta. Hay que vivir una segunda vida con ese segundo yo. Y creo que puede ser una vida más plena y satisfactoria que la primera.
“Quizá todos somos felices hasta que pensamos. O hasta que recordamos”. ¿Recordar conlleva la tristeza?
A efectos emocionales, es mejor no pensar hacia atrás. Supone un ejercicio que suele comportar dolor, melancolía o tristeza. Si recordamos cosas alegres, no podemos repetirlas; si recordamos cosas tristes, duplicamos la devastación íntima. Creo que he leído en algún sitio (o lo he escrito yo, no sé) que recordar es fabricarse una muerte multiplicada.
“El pasado está lleno de islas tristes y no siempre es buena idea remover las aguas que las rodean”. ¿No es el pasado lo que nos hace ser como somos?
El pasado es una parte de lo que somos, pero no lo es todo. A veces, ciertos detalles del pasado nos pueden resultar más dañinos que provechosos, así que siempre nos queda el recurso de prescindir de su rememoración constante y mirar hacia el futuro. Si el pasado nos hace ser como somos, el futuro nos faculta para ser lo que seremos.
“No te dejes engañar por las mentiras sociales o publicitarias: la gente odia siempre a quien le hace sentirse inferior. No hay admiración sin recámara. No hay aplauso sin bilis. No hay elogio sin sospecha”. ¿Odiamos el éxito de otras personas porque eso nos hace sentirnos inferiores?
Hemingway decía que todo el que generaliza procede injustamente, pero lo dijo con una frase que era también una generalización. Las afirmaciones tajantes hay que tomarlas siempre con ironía, porque pueden cambiar en cuestión de minutos. No me acuerdo de qué personaje de la novela afirma eso, pero tiendo a pensar que es así. Con medio siglo en los ojos ya se han visto demasiados aplausos hipócritas y demasiadas alabanzas que se tornaban críticas a espaldas del homenajeado para seguir creyendo en la bondad del ser humano.
“La felicidad que no puede compartirse es siempre un modo de la amargura”. ¿La felicidad es mejor siempre compartida?
La amargura más grande es el dolor que no puede compartirse, porque te destruye sin que nadie pueda entender el motivo y sin que acierte con el diagnóstico. Pero si nos fijamos también es amargo no poder compartir la felicidad, porque la dicha tiende a redondearse cuando alguien más la conoce y nos sabe bendecidos por ella.
Sin embargo, “hay dolores que conviene resguardar para nosotros solos, porque incluso el aire los oxida”. Igual que la felicidad hay que compartirla, ¿algunos dolores se deben guardar?
Sí, el dolor auténtico hay que guardarlo siempre escondido, porque es nuestro y nadie nos puede aliviar de él. Y si alguien se aproxima y nos pregunta, negarlo siempre, con la repetición de una mentira piadosa: “Estoy bien”. Es un mantra terapéutico, que nos puede servir como lenitivo. Puesto que nuestro dolor no le importa a nadie, tampoco nadie debe compartirlo.
“Dicen que cada ser humano atesora en su alma, lo sepa o no, una cualidad que lo hace único, un don asombroso que con suerte terminará aflorando en algún instante de su vida o que, por desgracia, morirá en silencio dentro de su espíritu”. ¿Cree que esto es verdad?
Yo creo en los dones y creo que todos disponemos de alguno: la inteligencia, el humor, la memoria, la facilidad de cálculo, el ritmo… Pero lo habitual, en efecto, es que mucha gente pase por la vida ignorando sus potencialidades, porque el sistema educativo o el entorno social y familiar las sepultan de grises. Es una pena. En el libro El Elemento, Ken Robinson lo explica muy bien.

“¿Cuál era, ciertamente, el porcentaje de verdad que se nos servía en los medios?”. ¿Nuestra sociedad está condicionada por los medios de comunicación?
Absolutamente, y la tendencia irá en aumento. Los medios de poder se han adueñado de los medios de comunicación y no van a ser tan tontos como para soltar esa presa, que les garantiza el dominio del pensamiento colectivo. Hay quienes creen que siempre es posible pregonar las verdades paralelas o auténticas, difundiéndolas en las redes sociales. Yo me muestro escéptico frente a esa ilusión, fácilmente manipulable.
“¿Eran conscientes las demás personas de estar habitando un mundo en el que por detrás de los concursos imbéciles, los partidos del siglo, los reality shows y las tertulias gallinero, chapoteaban el asco y la falsedad?”.
No, no, nunca. Ahí radica el éxito de los manipuladores: han creado un modelo tan falso como confortable, en el que todo el mundo dormita amodorrado. Y quien no lo hace es tachado de extremista y queda estigmatizado y anulado.
“El Poder quiere que seamos siempre flexibles, y nos pregonan esa virtud de mil maneras distintas; pero en ocasiones hay que negarse. […] Y, si es necesario, morir. Pero morir sin ser manipulados, sin vendernos, sin claudicar”. ¿Hay que morir por nuestros ideales?
Mi personaje sí sostiene esa idea, al parecer. Yo no. Los cementerios están llenos de idealistas que dejaron de vivir, de amar, de reír, de leer, de escuchar música o de abrazar a sus seres queridos en nombre de una Idea, con mayúscula. Las mayúsculas han hecho muchísimo daño al ser humano. Entre otras cosas porque quien se carga al idealista X es un exaltado idealista Y, que cree también estar en posesión de la Verdad (con mayúscula, por supuesto).
“Y le llamaba la atención la ceguera de la gente. Disponían de mecanismos para ser felices, los tenían a su alcance… pero no atinaban a utilizarlos”. ¿Tenemos al alcance de la mano la felicidad?
La felicidad es una cosa pequeñita, que enfangamos cuando ponemos en mayúscula. Yo me siento feliz tomándome una cerveza congelada, o abrazando a mi mujer, o leyendo un libro hermoso. El asunto se complica cuando te meten en la cabeza que lo que realmente necesitas para ser feliz es una casa de doscientos metros cuadrados, o unas vacaciones en el Caribe, o un coche de alta gama. Los desgarros vitales que debes asumir para alcanzar esos objetivos espurios son tan grandes que no te permiten nunca llegar a esa pretendida Felicidad, que además es mentira.
¿Por qué, entonces, la dejamos escapar?
Porque nos manipulan muy bien. Tú eres feliz con tus felicidades pequeñas, hasta que te enseñan felicidades enormes y te hacen creer que las necesitas o deseas (desde la vida lujosa de las revistas hasta los abdominales de Cristiano Ronaldo). Entonces nos alejamos de la felicidad para conseguir la Felicidad. Un error gravísimo.
“La vida era siempre así, como un cielo que amenaza tormenta pero que nunca sabes cuándo descargará”. ¿El arco iris es suficiente para disfrutar del cielo de la vida?
Hay que disfrutar el sol, y el arco iris, y la brisa suave; pero también las nubes, y el frío, y las tormentas. Lo que nos convierte en personas felices es la actitud que desarrollamos ante los acontecimientos. Muchas veces, una persona feliz es una persona que ha querido ser feliz y que hace todo lo posible en su vida diaria para serlo.
“Es extraño cómo nos volvemos cajas de resonancia de nuestra estirpe”. Está muy extendida la teoría de que todo está ya escrito. ¿Usted la comparte?
“Nihil novum sub sole”, se decía. Yo creo (para usar términos de Aristóteles) que todo está escrito sustancialmente, pero no accidentalmente. Jorge Manrique se lamentó en un poema por la muerte de su padre, pero también lo ha hecho Eloy Sánchez Rosillo; y los resultados estéticos de esas sustancias iguales son muy distintos. El arte radica, sobre todo, en lo accidental, así que habrá que seguir insistiendo.
“El orgullo, en ocasiones, es una piel de la que debemos desprendernos”. ¿En otras ocasiones no?
A veces, el orgullo es necesario, siempre que entendamos la palabra en su sentido más recto: Alexander Fleming tenía todo el derecho de sentirse orgulloso por sus logros, ya que salvaron millones de vidas. El problema es cuando el orgullo degenera en vanidad o en sentimientos aún más estúpidos.
“A nadie le enorgullece explicar cómo sus sueños han resultado ser pompas de jabón, tan bonitas como frágiles”. ¿No es, a veces, suficiente con soñar, con disfrutar de la pompa mientras podamos?
Los sueños están para ser soñados, y para disfrutar de su tersura, y de sus colores sin mancha, claro que sí. Mi personaje dice que no es bonito pregonar el fracaso de sus propios sueños, y eso es distinto. ¿A quién le agrada reconocer que no logró convertirse en el músico o el actor que había soñado ser? Los sueños tienen que ser íntimos; y su desmoronamiento también debería ser íntimo. Explicar el fracaso es terrible.
“El silencio puede ser, en ocasiones, un lenitivo. Incluso una forma de compañía”. ¿Le gusta el silencio o prefiere el ruido de la compañía?
Azorín afirmaba que la intolerancia al ruido era el signo de auténtica civilización de un pueblo. Yo adoro el silencio, y cada vez más. Creo en su pureza, en su capacidad para permitirte leer y pensar. Me voy volviendo cada vez más solitario, sin que eso entrañe necesariamente hurañía. Mi “ruido de la compañía” es siempre un libro, al que voy soldado.
“Todos somos esclavos. Nadie se libra. Y ocurre desde que el mundo es mundo. Esclavos del dinero, de la hipocresía, de la droga, de millones de cosas diferentes”. ¿Podemos llegar a liberarnos o siempre lo seremos?
Somos esclavos y somos reyes, depende del ámbito. Frente al Estado, la Iglesia o las demás mayúsculas poderosas, somos esclavos: tenemos obligaciones, servidumbres, impuestos, normas… Pero en la república independiente de nuestras casas, como dice la publicidad (buenísima, por cierto) de IKEA, somos monarcas absolutos: elegimos colores, ordenamos y reordenamos los muebles, leemos lo que queremos, usamos zapatillas o vamos en calcetines. También las pequeñas libertades son la Libertad.
“A cierta edad ya no se esperan más que milagros diminutos”. Ya ha dicho que esta es su última novela. ¿Qué espera de la vida a partir de ahora?
Lo espero todo. Me quedan todos los libros del universo. Me quedan mi mujer y mis cuatro hijos. Me queda el silencio de mi despacho. Me queda la cerveza. Me quedan dos o tres amigos. Me queda la música de Kitaro. Y luego me quedarán los nietos. Es un bellísimo horizonte.
Como ha mencionado muchas veces, quiere dedicarse a leer. ¿Leer es su milagro diminuto?
No, no, al contrario: leer es el milagro absoluto. Me permite escuchar a Shakespeare y Cortázar, aunque estén muertos. Me permite conocer miles de historias, que las mentes más sensibles y delicadas fabricaron para mí sin saberlo. Me permite acceder a los versos que ahora, en 2018, aún no están escritos, pero que lo estarán más adelante, y entrarán en mi biblioteca.
Un libro que recomiende.
Imposible contestar a esa pregunta. Me arrepentiría de cualquier respuesta a los cinco minutos, recordando otro más perfecto o más emocionante. Pregúntemelo en mi lecho de muerte y quizá tenga una contestación definitiva.
Vía La Opinión de Murcia.